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miércoles, 20 de enero de 2010

Ciudadanía, moral kantiana y otras incongruencias

Hablar hoy en términos de ciudadanía no requiere que uno sea un gran demócrata o mucho menos un amante del derecho. Eso sí, se acepta comúnmente que para ser un buen ciudadano el requisito fundamental es actuar conforme a principios racionales.  Esto es, actuar según fines justificables (preferiblemente por vía oral como los jarabes para la tos).


Aquí lo que se acepta tácitamente en la práctica es el Estado de Derecho.
Lo que me preocupa, sin embargo, es otra aceptación tácita: Al modo kantiano, se piensa que el estado deseable de las relaciones entre individuos implica que nadie debe ser usado como medio para un fin sino en cambio como un fin en sí mismo. Eso implica, sin muchos rodeos, que en un estado ideal (el reino de los fines como le llamaba Kant) la reproducción sexual sería materia en desuso, conduciendo a la especie humana a la extinción  ...Nadie debe ser usado como un medio para alcanzar un fin.


¿Será eso un fin deseable?


Creo que todo el mundo estará de acuerdo en que las motivaciones básicas del instinto sexual son personales y nada tienen que ver con la satisfacción o el deseo ajeno.  Si viviéramos en un tipo de sociedad en extremo altruista, o bien desaparecería la prostitución o bien se ofrecería en programas estatales y de forma gratuita.


En efecto, la mayoría de casos de cooperación entre individuos aparecen a mi vista como ejemplos de uso de otros individuos como medios para fines personales -Incluso cuando se invoca noblemente que estos fines son fines mayores para beneficio de la sociedad en su conjunto.


Si alguien puede ilustrarme en esta materia, quedaría en deuda de por vida. A mí me sigue costando en demasía conciliar las bases racionales de la moralidad desde una perspectiva filosófica como para ponerme a hablar de civilidad (en términos de sociedades contemporáneas reales) Cosa que al resto de la gente se le antoja tan sencilla.

viernes, 8 de enero de 2010

Un comentario suelto a propósito de Ser y Tiempo de Heidegger

Algún fin de semana encontré a mi mujer con Ser y Tiempo en la mano -El Ser y El Tiempo, como se apoda la traducción del Fondo de Cultura Económica de México.


Me quedé tan sorprendido que dejé escapar una sonrisa recelosa a la que ella contestó: "¿Qué? ¿¡Es que no se puede leer!?"


Tras tremendo recibimiento, el momento no era propicio para explicarle que el libro es una de esas cosas que en Filosofía se llama vulgarmente "ladrillo" y que, ese ladrillo en particular, era una de las peores selecciones que podía haber tomado de mi biblioteca. Una de esas cosas que uno mismo se pregunta qué hace ahí cuando el dinero de su venta aprovecharía mejor en unos paquetes de cigarrillos.


Al intentar recordar esta anécdota con ella, me queda ahora una duda ¿Qué me quedó de la lectura intensa de Heidegger? Aparentemente, sólo estos comentarios ocurrentes...


Leer Ser y Tiempo es como leer La Biblia: Es un texto que, entre líneas, habla de limpieza racial, trata de manera discriminatoria el saber científico, sacraliza su propio verbo en detrimento del análisis detenido de su contenido, entroniza la fábula de la vida silvestre y ve las peculiaridades de la especie humana desde la perspectiva viciosa de un tiempo pasado como si aplicara a todos los tiempos.



Lo preferible es leerlo en su lengua original para pasar unos años de estudio en que -sin llegar a ideas distintas a las que uno ya traía- se podría decir cualquier cosa basado en su lectura.